El ejemplo de desconcentración de Israel

En diciembre del año 2013 se aprobó en Israel una ley de desconcentración titulada como “A Law for Promotion of Competition and Reduction of Concentration”. Su objetivo era destrabar el funcionamiento competitivo de la economía de ese país, centrándose en el término de estructuras de control vía sociedades en cascadas, en la asignación competitiva de concesiones de infraestructura y de explotación de hidrocarburos y, especialmente, en lograr separar definitivamente las grandes empresas del sector real de aquellas del sector financiero, terminando con sus extensas redes de propiedad cruzadas que en su mirada estaban ahogando competitivamente al sistema.

De acuerdo a Guy Rolnik[1], un promotor central de esta ley, una muestra del grado de concentración que Israel sufría hacia el año 2009 estaba en que 24 grupos empresariales controlaban el 68% de la capitalización bursátil de ese país. En Chile, los 12 mayores grupos controlan cerca de un 81% de la misma. De esos 12 grupos, 8 están también ligados al sector financiero. Las cifras ciertamente llaman la atención – no nos olvidemos que éstas no toman en consideración a las sociedades que no transan sus valores en el mercado -, pero aún si éste fuese también el caso a nivel agregado, seguiría siendo válido preguntarse si esta señal de mayor concentración habría sido la causa central de una menor competencia globalmente entendida o más bien una consecuencia lógica de su falta.

Y la respuesta no es obvia. El éxito empresarial en mercados competitivos debería siempre celebrarse y ciertamente contribuye al mayor desarrollo del país. El problema es cuando dicho éxito tiene un origen competitivamente imperfecto y no se enfrenta por la vía institucional a tiempo.

Si asumimos que los mercados “reales” son desafiables, es esencial que el mercado de capitales ofrezca soluciones competitivas de financiamiento para hacer viable ese desafío, de manera tal que los actores incumbentes no cuenten con una ventaja financiera artificial que dificulte aún más la entrada de nuevos actores. Aquí vale la pena comparar los casos de Chile y Estados Unidos.  

En Chile el 50% de las colocaciones está concentrado en los tres mayores bancos de la plaza, que al año 2019 explicaron el 60% de las utilidades del sistema bancario, y el crédito bancario total por US$ 254 mil millones sigue siendo por lejos la mayor fuente de financiamiento. El stock de bonos corporativos es de US$ 40 mil millones y el de bonos de Tesorería de US$ 46 mil millones. La capitalización bursátil total ronda los US$ 130 mil millones, representativos de un 50% de los US$ 257 mil millones del PIB chileno. En definitiva, las colocaciones bancarias equivalen al 54% de los US$ 470 mil millones de recursos disponibles de financiamiento.

Por otro lado, y en abierto contraste con Chile, en Estados Unidos los 7 mayores bancos concentran el 50% de los activos y las rentabilidades sobre el patrimonio de los bancos con US$ 1.000 millones de activos y las de aquellos con más de US$ 250.000 millones de activos no son sustancialmente distintas. En cuanto a las colocaciones bancarias, éstas son actualmente de US$ 11 trillones, pero a diferencia de Chile el stock de bonos corporativos y del Tesoro supera los US$ 41 trillones. La capitalización bursátil está hoy cerca de los US$ 35 trillones, los que respecto al PIB de US$ 21.5 trillones representan un 160% de éste. En otras palabras, las colocaciones bancarias equivalen a tan sólo el 13% de los US$ 87 trillones de recursos disponibles de financiamiento.

Dicho de otro modo, en Chile, el mercado bancario es esencial como fuente de financiamiento; en Estados Unidos, es el mercado de capitales. Por lo mismo, en nuestro caso la cercanía al sistema bancario con extensiones al sector real, si el primero no es competitivo, termina resintiendo al segundo.  

El gran problema de las redes empresariales es que cuando un nuevo entrante quiere desafiar competitivamente un mercado particular, lo que en realidad enfrenta es una red con múltiples intereses comunes con otras redes. Lo anterior inhibe en sí mismo la entrada de nuevos actores al mercado y si entra uno nuevo, éste tiende más a acomodarse que a desafiar a los actores incumbentes. El resultado final de esto es que se adormece la competencia en general y se pierde el dinamismo asociado a mercados desafiables, con una correspondiente menor tasa de crecimiento de largo plazo. Y nótese que todo lo descrito aquí no necesita de una práctica de colusión para hacerse realidad, sino tan sólo de la señal de que “entre bueyes no se dan cornadas”.

En Israel, se definieron como empresas relevantes aquellas del sector real con ventas anuales o pasivos consolidados por sobre los US$ 1.700 millones o aquellas del sector financiero con activos bajo administración sobre US$ 11.700 millones[2]. En un plazo de seis años, aquellos grupos que participaban simultáneamente en ambos sectores a través de empresas calificadas relevantes tenían que básicamente optar por uno u otro sector.  

La medida parecería arbitraria, pero si la institucionalidad de libre competencia no logra el objetivo para el que se estructuró, esto es, garantizar mercados efectivamente competitivos en todos los sectores económicos, un curso de acción en esta línea no se puede descartar, a pesar de su simplismo.

En Chile se siguen autorizando participaciones cruzadas en los competidores, salvo que “cesen en su independencia”, en vez de prohibirlas derechamente; se siguen aprobando concentraciones “que no reduzcan sustancialmente la competencia” en referencia al estado inmediatamente anterior, lo que permite una concentración pausada paso a paso a lo largo del tiempo; se siguen obviando prácticas anticompetitivas en mercados internacionales, como si fueran de segundo orden.  Una institucionalidad de libre competencia así descrita no está a la altura de los tiempos que corren.    

Nuestro país necesita un mercado de capitales vibrante que financie a aquellos que quieran desafiar a los incumbentes, usando todos los instrumentos disponibles a estos últimos. Si no somos capaces de enfrentar las sociedades de apoyo en que los bancos actúan conjuntamente, si no consolidamos la portabilidad financiera y de datos de las personas, si no hacemos más fluidos los flujos de capitales hacia y desde el exterior, ya fuesen a nivel de empresas o personas, si no levantamos una industria de venture capital como Israel ha demostrado que se puede hacer, vamos a fracasar como país emprendedor y nuestra historia va a ser la de un triste y permanente empate.

Es finalmente un problema de actitud y voluntad. Las tecnologías y capitales ya están ahí.

Manuel Cruzat Valdés  

21 agosto 2020


[1] “Israel Anti Concentration Reforms, Can it offer lessons to Chile?”, Guy Rolnik, August 2020.  

[2] En rigor, 6.000 millones de New Israeli Shekels (NIS) en el primer caso y 40.000 millones NIS en el segundo.

Print Friendly, PDF & Email

Comments are closed.