Nuevas Políticas: el daño que se está haciendo
Recientemente el Banco Central de Chile redujo la tasa de interés de política monetaria a 3.75% nominal anual, dejando entrever una política monetaria más expansiva a futuro y siendo la desaceleración en curso del crecimiento del país su verdadero detonante. Sin embargo, si se observan los agregados monetarios, se puede constatar que el M1 ha venido creciendo durante cada uno de los últimos 12 meses dentro de un rango de 10 a 15% anual – M2 más centrado alrededor del 10% -, compatibles con un crecimiento real del PIB cercano al 5% anual e inflación en un rango de 2 a 4%. En otras palabras, el problema de verdad no es de origen monetario y he aquí a la entidad emisora aliviando de manera temporal una desaceleración cuyo origen está en el sector real.
La caída de los términos de intercambio chilenos ha sido fuerte: el petróleo sigue rondando los US$ 100 por barril pero el cobre ha caído casi un tercio desde su peak de US$ 4.5 por libra durante el año 2011. Para un país que produce anualmente 5.7 millones de toneladas de cobre – 12.540 millones de libras de cobre – e importa diariamente alrededor de 370.000 barriles diarios de petróleo, el shock ha sido grande. Incluso, las finanzas fiscales se han resentido por la vía de menores ingresos desde Codelco y los impuestos de la Gran Minería: en el año 2007 éstos llegaron a representar un tercio del gasto fiscal con US$ 14.000 millones, pero cayeron en el año 2013 a un 10% de éste – US$ 5.800 millones -. Lamentablemente, frente a este escenario de precios relativos es poco lo que el país puede hacer – salvo indirectamente “contribuir” con una relativa escasez derivada del postergado plan de inversiones de Codelco -. La respuesta natural de las empresas mineras – que explican un tercio de la inversión extranjera directa en Chile – ha sido postergar inversiones hasta que sea rentable volver a expandir. El ajuste hasta ahora gradual de la economía china, que consume casi el 50% del cobre mundial y dos tercios del hierro comerciado internacionalmente – pero sólo un 12% del petróleo mundial – explica en parte importante la evolución minera chilena.
Hasta ahí lo externo, pero hay que contextualizarlo: la participación de la minería en el PIB ronda el 12% y si bien su desarrollo impacta recíprocamente al resto, la desaceleración actual no sólo está explicada por este sector y el impacto del petróleo más caro. Es aquí donde las nuevas políticas que se quiere implementar están ya haciendo daño. El caso tributario es elocuente: se asume ciegamente que porque se desarrolla más, se necesita aumentar el tamaño del estado en 3 puntos porcentuales para llegar al 26% del PIB. Y una vez que lo anterior pasa a ser inmutable, se intenta convencer que un aumento de impuestos como el propuesto no tendría efectos reales a nivel agregado, reemplazando únicamente el sector público lo que antes hacía el sector privado, centrado en la educación. Y al final, cuando muchos no aceptan toda la dialéctica anterior y los votos no están, sólo ahí se mejora parcialmente lo propuesto. Pero el delgado hilo de la confianza se va resintiendo en el intertanto, quedando meridianamente claro que muchos de la coalición gobernante están dispuestos a dar un salto al vacío sin tomar mayormente en cuenta las consecuencias de aquello. Y es ahí donde radica la gravedad de lo ocurrido, aplicable también al resto de las políticas “refundacionales” anunciadas.
Entre los años 2000 y 2013 el PIB creció a una tasa anual del 4.5%, el stock de capital neto – 2.2 veces el PIB – al 5.2%, la población al 1% – en 2013, al 0.89% – y el empleo en los últimos 4 años al 3% anual – 1.6% en últimos 12 meses -. La mayor absorción del empleo respondió a un fenómeno cíclico de salida de una crisis y a uno demográfico explicado por la mayor entrada de la mujer al trabajo y al reflejo de altas natalidades pasadas, pero es un dato de la causa que la tasa de crecimiento del empleo va a estar presionada a converger al 1% hacia adelante. Si ahora, producto de políticas mal concebidas, se reduce adicionalmente la inversión – en 2013, 24% del PIB – y el stock crece consistentemente un 1% menos que la tasa histórica, y la demografía, para peor mal corregida con políticas de control de la natalidad, no da más que un 1% anual, entonces el crecimiento potencial del país se reduciría en aproximadamente 1% anual, estabilizándose al 3.5%.
Esta caída del potencial de crecimiento sí que sería una verdadera tragedia: en 12 años la diferencia de crecimiento equivaldría al PIB actual de US$ 275 mil millones; en 20 años, a US$ 966 mil millones o 3.5 veces el PIB actual. La imperfecta reforma tributaria de US$ 8.200 millones anuales de recaudación palidecería entonces frente a este daño de largo plazo.
Todos queremos lo mejor para todos, especialmente entregando herramientas y condiciones mínimas a los más desamparados, operando bajo un entorno competitivo, pero la vía elegida ha sido desastrosa y mientras no se corrija, lo que era una posibilidad va a terminar siendo una realidad. Sinceramente cuesta creer que se quiera llevar al país a este curso de desarrollo, con toda la evidencia disponible de cómo se construyen los países y de cómo se destruyen, lenta pero efectivamente. Se debería partir por aceptar que los cambios deben ser graduales y que requieren mayorías estables que las respalden. De lo contrario, se estaría iniciando un ciclo de promulgaciones y posteriores derogaciones de leyes que sólo va a consolidar el menor potencial de desarrollo en cuestión.
Manuel Cruzat Valdés
22 de julio de 2014